Soy esclavo de los dioses
(De: Agustín de la Poza -- Madrid, España)
Los sollozos de tus ojos,
soles verdaderos,
son manantiales de agua viva
que hablan por ti.
Dejando arrumbada la soledad,
al dramaturgo solitario
y los olvidos piadosos de una mujer.
Mujer, fruto de la mano de Dios
y ética del firmamento.
Embrujador destierro,
allá en el pasado, en los confines.
La tierra hace lento el caminar
e indulgente tus voces
son repiques de las creencias marchitas.
Con cuerpo esbelto
y silueta bordada
sobre la tierra,
sobre las flores,
dejando la huella,
acariciando,
la tierra muerta.
CUANDO EL VERSO LLEVA AL CONOCIMIENTO
Quizás lo más importante de los
versos de Agustín de la Poza sea su concepción de la poesía. De la Poza, y creo
que es algo que salta a la vista incluso del lector más despistado, trasciende
del hecho literario a la hora de la creación. Sus poemas, son, de este modo, una
forma de conocimiento, un intento de acercarse dignamente a los misterios del
hombre, una consolación sincera tanto para él como para el lector. Y ese
conocimiento al que aspira De la Poza y a la vez intenta reflejar en sus
escritos, tiene su origen en la experiencia vital más que en la experiencia
literaria. Es importante esta salvedad y no porque creamos que el único
requisito para la buena poesía sea la sinceridad –evidentemente (Eliotdixit),
con buenos sentimientos se pueden realizar malos poemas –sino porque pensamos
que las experiencias librescas sólo alcanzan a materializarse en forma de versos
igualmente librescos, que pueden quizás admirarnos pero, difícilmente pueden
llegar a emocionarnos.
De igual forma, la sinceridad de los versos de Agustín de la Poza no está reñida
–en absoluto- con el aprecio de la forma. Realmente, la envoltura poética de sus
versos es singular, ya que están recubiertos de una cáscara sutil de gravedad
senatorial, de cierto estoicismo que se me antoja sólo aparente (en todo caso
esto tendría que ser el propio autor quien lo confirmara o refutara) porque en
el fondo nos envía a ese hijo que une a todos los hombres y que hace que todos
–en cualquier tiempo, lugar o condición- tengamos los mismos temores y las
mismas alegrías.
Por último, que permito darles un consejo para la lectura: las imágenes no son
vacuas y gratuitas y tienen un apreciable rigor en la construcción. No nos
encontramos ante una cascada de metáforas visionarias colocadas al albur de la
pluma. Deténganse. Rúmienlas. Y si tal es su cuerda, disfrútenlas.
José Balsa Cirrito
Autor de la novela: “La Estafeta del Viento”
Profesor de Lengua y Literatura Española
Escríbele a Agustin:
lowcris@hotmail.com